El Sr. Estigarribia estornudó y toció fuerte, se sentía enfermo, todos se alborotaron y acongojaron, era el hombre más viejo de aquel lugar, era una persona muy respetada y de un carácter bastante tosco, era un populista fuerte opononente de Ezequiel.
- “Dejémoslo entrar, creo que podríamos cobijarlo por dos días, lo alimentamos y luego lo devolvemos nuevamente a su camino. Hagamos una votación popular”. Concluyó
No había urnas electrónicas, ni computadoras, ni Internet para realizar una votación veloz y veraz. Los hombres más jóvenes, rápidamente consiguieron unos papeles bastante deteriorados y unos marcadores cuyas puntas desparramadas por el uso apenas podrían servir para escribirse con ellos, el escrutinio a que fueron aprisionados a realizar para decidir la suerte… de aquel vagabundo tirado aún en la puerta misma, que seguía respirando, pero no por mucho tiempo si rápidamente no le atendían.
Se pasaron el marcador y el papel, persona por persona en todo el pueblo, una hora aproximadamente transcurrió, cuando el resultado estaba en las manos de Ezequiel.
El silencio lúgubre inundaba el lugar aquel, apartado en la nada.
- “Sí, lo dejaremos entrar, el pueblo lo ha decidido, dos días para atenderlo”.
Tres hombres, tomaron la litera que tenían y fueron raudamente a recuperar lo poco que quedaba del hombre tirado en la entrada.
Ya en una de las visibles chozas de adobe, el hombre ardía en fiebre. De barbas largas, ropas toscas, piel curtida. Despertó, tuvieron que contenerlo y a la fuerza lo hicieron reaccionar, pues en estado de estupefacción se encontró con esas personas cuyos aspectos no distaban tanto del él, que usaban una especie de trapos viejos que les tapaba la boca.
- “¿Dónde estoy?”, increpó fuertemente a su interlocutor de turno; una muchacha muy joven y atractiva tenía el paño mojado entre sus manos, que de tanto en tanto llevaba a la frente del hombre aquel, cuya cara cubierta de polvo seco no dejaba ver el asombro y el pánico del cual era presa.
-“Estas en el país del Norte”, le dijo el Sr. Estigarribia.
-“¿Se llama país del Norte?, ¿sólo así?, ¿alguna característica que pueda ayudar a ubicarme en el mapa?, ¡no lo conozco!”
Todos dejaron ver su asombro, y hablaban a escondidas no dejando escuchar sus palabras para aquel deslucido personaje.
-”¡Usted se encuentra algo equivocado señor!” le dijo abruptamente uno de los jóvenes, que como a un bicho raro lo estaba mirando. “Los mapas no existen, ¡tampoco los países!” siguió diciendo, y ahora el asombro se clavó en Jaime, que era el nombre del hombre postrado en la cama improvisada que olía a humedad y a tiempo.
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