martes, 25 de noviembre de 2008

El ronquido

El ambiente tenso, caluroso, asientos y sillas descompuestas, pequeñas ventanas en los costados aislaban el ambiente pero por lo menos dejaban apreciar a lo lejos pequeñas siluetas caminantes, varios pasillos como si fueran colocadas improvisadamente, un ventilador con las aletas descentradas que sólo servía para producir ruido molesto antes que el aire que necesitaban esas decenas de personas esparcidas en aquel salón. Miradas de cansancio, decepción y algunas de desespero. La Sra. Sara, rubia, blanca, de enormes anteojos contra la miopía, su rostro triste alejaba hasta a los mosquitos, ella le está esperando a su marido que entró en una cirugía, está hace 2 días en ese recinto. Emilio González, vino para estar junto a su amigo de infancia, de quien nadie de su familia se hizo responsable, cayó del caballo en una jineteada y tiene las 2 piernas rotas, y algunas veces necesita algún que otro medicamento para su pronta recuperación, a los alrededores se podría encontrar fácilmente farmacias que como depredadores esperan a su presa. Ña Eulalia esta allí por su tercer nieto, su hija, madre soltera, parió anoche, y ella tiene que quedarse unos días más aún para que se le dé de alta. Esteban Laurente esta allí por su padre, quien es carpintero, acaba de perder los últimos dedos que tenía en su mano derecha, tendrá que quedarse un día más para poder salir con su padre con la mano que prácticamente dejó de serlo. Ramona Salvada es una muy comunicativa dama, se encuentra por su hijo que tuvo un accidente en su moto nueva, y debía someterse a unos estudios pero aparentemente no era nada grave, sólo por recomendación del Dr. quedará para observaciones varias, ella recorría salón por salón para ver con quien podría charlar, lo que más le gustaba era chismosear, pero era una Sra. bastante agradable.

Esto era el paneo general de la sala de espera del centro de salud más grande de ese país, con su atención casi gratuita, tenía la obligación de cubrir a todos los asegurados con las mínimas y precarias atenciones, pero, que para la gente pobre, era una bendición el poder tener allí a sus seres queridos, pues, en otros lugares o directamente no los atenderían o no podrían costear los gastos; famoso, peor es nada.

Ya llegaba la noche, todos con sus artilugios y enseres, cada cual buscaba la mejor posición para dormir o por lo menos intentarlo, muchos se disponían a leer un buen libro para ver si atraía algún que otro sueño, pues, en esas condiciones casi inhumanas era bastante difícil pegar un ojo; muchos tirados por el suelo, utilizaban improvisadas camperas o ropas como apoya cabezas; existían también allí, personas que con mucha facilidad se dormían sin necesidad de contar corderos ni de usar artilugios. En esta ocasión estaba Don Sinforiano de los Santos Palotes, era de tes morena, medio obeso, su tío abuelo, el único que quedaba de su familia era el privilegiado de ser cuidado por este hombre, de aspecto bastante simpático y serio a la vez, desliñado y un poco cortante, era su primera noche, su tío debía permanecer por 5 días, hoy empezaba el calvario para muchos, pues los hechos ocurrieron esa noche y teniendo como actor principal a Don Sinfó.

Llegó las 9 de la noche y él se acomodo placidamente en su sillón hamacable para dormitar como todos los demás, pero a excepción del resto, él tenía una tremenda facilidad para dormir, y como quien su alma y vivir límpido le permitían placidamente hacerlo en cualquier lugar y forma por no decir era un ¡oso perezoso! Apenas pegó los ojos y se escuchó un fuerte ronquido que cruzó las 4 salas contiguas y despertó o incomodo a todos los que intentaban dormir, por culpa de él nadie más pudo dormir.

A las 11 de la noche, unos jóvenes le reprocharon eso, pero a él ni le vino ni le fue sus recriminaciones, pues, él no era culpable de eso exclamo varias veces, por lo que los jóvenes le dejaron nuevamente, pero, con la promesa de retornar a despertarle si volvía a dormir y roncar. Todos impacientes cansados, agotados por el día en ese gigante hospital.

!Don Sinfó!

Gritaron varias personas con estupor, era nuevamente su ronquido que desgarraba el oído y a muchos, los ponía morado de los nervios…

Y así llegamos a la media noche, Don Sinfó tenía su propio lugar, había encontrado un escondite perfecto donde pernotar con tranquilidad, estaba en un zaguán un tanto oculto y con muy poca luz. Eran las 12:30 de la noche, y era una escena tétrica el rostro patético y apáticos de todos, sus ronquidos era como taladros en la cabeza de todos, muchos tomaron con diversión ese momento, en cambio otras muchas personas estaban a un paso de la depresión, el sueño y el cansancio no podían contra el ronquido, ni las ovejas se prestaban para hacerle dormir a los presentes.

Unos minutos después de las dos de la madrugada, casi todos pudieron dormir pues Don Sinfó repentinamente se había callado.

Alegres todos despertaron al día siguiente con los ojos llenos de felicidad y con la misión cumplida de dormir y despertar alegres, golgoriosos y repuestas las pilas.

Alguien no se asomaba, no vieron a Don Sinfó, fueron a buscarle en su lugar y lo encontraron como se había pensado pero nadie pudo imaginar el desenlace, uno de ellos era el culpable, durmieron realmente bien esa noche pero no podrán dormir sin remordimiento por el sin fin de los tiempos.

Le habían metido unos trapos en su boca, le colocaron una cinta de embalaje y también le ataron sus manos a la silla, lo habían matado por sus ronquidos, cuentan que en ese pasillo de vez en cuando se escucha sus ronquidos lastimeros.

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