Don Estefan el extranjero.
- ¿Don Estefan, le falta algo? preguntó el joven de mirada bondadosa y pulcro vestir, quien se encontraba sentado junto al lecho de aquel anciano
- No Rogelio, sólo siento algo de frío, y… estoy muy cansado. Respondió ante su consulta el hombre aquel, con voz ronca, acento extranjero y mirada cansada, su corazón latía fatigado; este yacía en esa cama de aquel cuarto lúgubre y silencioso, luego de una pausa obligada, por la tos que le anudó el habla, prosiguió.
- Allí en la mesita, adentro, en el cajón que está bajo llave, se encuentra un documento en un sobre lacrado, quiero que lo lleves a algún lugar seguro, y solamente después que yo haya dejado de existir, quiero que lo abras. Concluyó, con sus ojos penetrantes y sinceros miró fijamente a los ojos de Rogelio, extendió el brazo y en su mano tenía el manojo de llaves.
- Pero Don Estefan, no diga eso, no se va a ir aun de este mundo, aquí lo necesitamos; sus chistes, sus consejos, su buena onda hace con usted minutos diferentes, ¡yo lo necesito!, dijo con una voz que luego se quebró en un silencio lacónico.
Dos días después Don Estefan fallecía en el asilo de ancianos “Géros” en la ciudad de Luque, tomado de la mano de su inseparable amiguito Rogelio, quien en ese entonces tenía 17 años, en cambio Don Estefan cumplió recientemente 70 años -extremos opuestos de vida-, provenía de algún lugar de Europa, no contaba mucho sobre su pasado, parecía escabullirse de ello, aunque reconocía que era sueco, vino al Paraguay hace un poco más de una década “buscando descanso”, decía él. Sin parientes, sin conocidos y prácticamente desconociendo el idioma español, se había instalado en un humilde albergue, allí lo cobijaron y fue cuando conoció al niño Rogelio, quien sería como decía Don Estefan “el hijo que nunca tuve”, y fue justamente sosteniéndose de la mano de este último, falleció de afecciones cardiovasculares el 20 de mayo de 1994, solamente Rogelio lo visitaba, por lo menos una vez a la semana; en un momento de la historia todos se habían olvidado de aquel personaje cuya apariencia difería de lo común en el país.
No pasó mucho tiempo cuando se descubrió la inmensa fortuna que poseía el Sr. Gerard Stephan Sopenack -el nombre completo de Don Estefan-, depositado en un banco en su Suecia natal, bajo custodio de su antiguo ejecutivo de cuentas. El padre adoptivo de Rogelio, teniendo un manuscrito en su poder, solicitó dicha fortuna, alegando que fue escrito a puño y letra por Don Estefan, quien le había donado y premiado en recompensa a su labor incondicional que orientó en su cuidado hasta sus últimos días.
13 años antes
Eran las 6 de la mañana, Don Estefan, elegantemente vestido llegaba al Aeropuerto Silvio Petirossi de Asuncion, cargando unas cuantas maletas y toda una ilusión para hacer del Paraguay su nuevo hogar, hombre alto, rubio, de ojos azules, algo espigado, de buen porte a pesar de su marcada edad; confundido aun del porque vino a parar a un país tan desconocido para él, hablaba algo de español, pues por cuestiones de negocio, varias veces rumbeo a la España ilustre.
Dispuesto a instalarse en algún albergue, buscó por varios días, hasta que encontró una morada cuyo entorno y apariencia lo transportó directamente a su país natal, y dijo confiadamente –en tono melancólico- “me quedo aquí”.
Los dueños de aquella pensión: Roberto Perez y Luciana Gamarra de Perez, dos personas mayores, muy serviciales, de miradas vivaces y brillantes, con ellos un pequeño niño llamado Rogelio quien insistentemente hacía su aparición esporádica con sus travesuras joviales, la pareja no podía tener hijos, ambos se echaban la culpa de ello, nunca se sabría si era él o ella el del problema de infertilidad, para paliar su gran desencanto habían adoptado uno, pero como siempre existe la otra historia, se rumorea que la realidad fue otra: lo raptaron; el chico nunca fue aceptado por ellos, era maltratado y hasta parecía no feliz.
Prontamente don Estefan se había ubicado y asentado en dicho lugar, mientras construía una modesta casita, en un terreno que compró a unos metros de la ubicación de dicho establecimiento.
Rápidamente se acostumbró al tereré, al cocido, la chipa, la sopa paraguaya, los distintos tipos de comidas, el calor sofocante y a la gente que el consideraba inmensamente hospitalarias. Esporádicamente convivía con la pareja Perez, un mate mañanero y un caldo de gallina de vez en cuando. Ellos en cambio cada vez más veían a Don Estefan como una pesada carga, pues su salud se deterioraba muy rápidamente, por ello prácticamente lo abandonaron en su casa, Rogelio el único que insistentemente abogaba por él, pidiendo que fuera atendido con más responsabilidad, dignidad y cariño, siempre hallaba un muro de egoísmo y maldad en su padre adoptivo, y la Sra. Perez sólo atinaba a aprobar con su silencio cómplice, pero realmente influenciada por el temor hacia su marido. No pasó mucho tiempo, cuando la pareja Perez decidió llevar a Don Estefan al asilo de ancianos.
La vida en el asilo era bastante dura, aunque lo cuidaron bien algunas enfermeras, como también ciertos médicos; varias veces la pareja Perez llevó víveres a su antiguo amigo, un tanto carcomidos en el alma por el hecho de haberlo aislado, pero prontamente se olvidarían de él, hasta muchos años después.
Rogelio en cambio, se había encariñado tanto a él, que lo visitaba, inicialmente, día de por medio, pero a medida que se hacía grande, los estudios y el trabajo en el albergue de sus padres hacían que la visita se reduzca a un domingo.
Un día el chico llegó al asilo con una herida en la cara, con una pequeña venda improvisada quería ocultar la violencia que le tocó vivir, su padre le había dado una bofetada tan fuerte que lo tumbó por el piso. No veía la hora de abandonar el infierno de su casa. Siempre se preguntaba también quienes eran sus verdaderos padres y el porque lo abandonaron, con ojos mojados decía en silencio que los necesitaba.
Luego de la muerte de don Estefan, sus padres adoptivos trataron de averiguar datos fidedignos sobre el “finado”, les sorprendió saber la verdad, una cuenta bancaria llenó sus ojos de brillo y el lado más oscuro de la avaricia se puso a bailar, lo hallaron durante sus afanosas investigaciones. Nadie se explicaría el porque la decisión de Don Estefan de vivir de una manera tan humilde, quizás pecados del pasado lo torturaban y lo “obligaron” a hacer tanto sacrificio y se alejó de su país natal quizás con la estoica intención de desprenderse de un pesado caparazón. La fortuna depositada en el banco era de nada menos que 20millones de dólares. La pareja Perez al haber descubierto eso, rápidamente empezaron a maquinar maquiavélicas maneras de apoderarse de ese interesante dinero, que cambiaría sus vidas, aun sabiendo que ellos fueron los primeros en intentar desecharse del extranjero, de hecho ellos fueron los que finalmente lo destinaron definitivamente al asilo, en donde murió por causas naturales, aparentemente.
Transcurrieron algunos meses, cuando la pareja Perez ya tenía todos los documentos para presentarse como acreedores oficiales de la fortuna, don Estefan, según esta documentación, les cedió por “todos los favores recibidos”, una parte dentro del escrito se podía leer “Gracias familia Perez por haberme cobijado y atendido tan bien, toda mi gratitud para ustedes y les dejo para que les cambie sus honestas vidas, una pequeña caja fuerte en el mejor banco de Suecia” y luego seguía la parte formal y legal del escrito, munidos de dicha documentación se presentaron al estado Sueco, asesorados por algunos letrados iluminados y tentados por la inmensa riqueza que alteraría la vida no sólo de los Perez, sino de muchos otros, incluso avaros hombres vestidos elegantemente, con dientes relucientes que merodeaban y olfateaban el aroma del dinero que se expandía en varias direcciones. Rogelio era el menos interesado en esta cuestión, pues aun estaba triste por el fallecimiento de su amigo. La familia Perez del cual era él un miembro accidentalmente, se había olvidado de la existencia del joven, más de una vez le dijeron, “cuando tengamos la fortuna de Don Estefan, no te daremos ni para tu pasaje, tendrás que laburar duro para tener lo que nosotros” y así se burlaron varias veces de él, piensa que lo hicieron solamente con intención de molestarlo o quizás no.
Rogelio recuerda que la última vez que fue a visitar a Don Estefan, este le había entregado un sobre, él lo guardó entre uno de sus tantos libros de historia, de hecho le encantaba la historia universal, fue allí que rememoró eso. Se apresuró a buscar, entre su ordenado grupo de libros, el que tenía aquella vez, grande fue su sorpresa cuando descubrió que la documentación realmente no era nada más ni nada menos que la herencia del extranjero cedida oficial e intachablemente a Rogelio. Asesorado por un abogado conocido, prontamente demostró que los papeles de la familia Perez eran apócrifos, recuperó la fortuna, demandó al Sr. Perez por intento de estafa, pero en cambio liberó a la Sra. de este de pena y culpa, en muestra de gratitud a ella, le construyó una bella casa, en la que ella descansa tranquila y en paz, y de vez en cuando va a visitar a Tacumbú a su marido que deberá cumplir una condena de cinco años de cárcel. Rogelio visita a menudo la tumba de Don Estefan en la recoleta, y juró también buscar a su familia real.